Capitulo 13
Elena extrajo aquel móvil del cubo de basura, y el rostro de Hugo se ensombrectó instantáneamente.
Nadie conocía mejor que él el carácter de Rosa.
Stella decía que lo dejaría todo atrás, sin duda lo haría.
No importaba que fuera él, Hugo, o los padres de Rosa, ya no había oportunidad de reconciliación.
Aquel corazón, que todavia albergaba una pequeña esperanza, se sumtó en un silencio absoluto en ese instante.
En el aeropuerto, la gente iba y venia, algunos se marchaban juntos, otros se despedian con la mano.
El, solo, de pie e inmóvil en medio de la multitud, no sabía hacia dónde dirigirse.
(Volver? No se resignaba
¿tra verla? Temía escuchar de sus labios esa palabra: rendirse.
Permanecer o no, verla o no, dilemas que le impedían decidir.
Elena, sin conocer los pensamientos que lo atormentaban, tras recibir el número que Lucía habla encontrado, hizo la llamada directamente:
-¿Hola? ¿Señora Maria? Buenos días, aquí habla la central de Grupo Torres. Nos gustaría hacerle una consulta relacionada con la Señorita Rosa, ¿tiene un momento?
Tras obtener una respuesta afirmativa, Elena le pasó el móvil a Hugo.
-Presidente Hugo, hemos contactado a la tía de la Señorita Rosa.
Observando el teléfono en su mano, Hugo tardó en reaccionar.
Solo cuando desde el otro lado de la línea emergleron voces de confusión, tomó alre profundamente y respondió.
-María, hace tiempo que no nos vemos, soy Hugo. Estoy en el Aeropuerto de Auckland, ¿podría encontrarse conmigo? Sí, por favor, no le diga nada a Rosa de esto.
Después de acordar el lugar, se frotó el entrecejo, despejando las emociones complejas que lo abrumaban, y se alejó del aeropuerto,
Al llegar al café, pidió un café negro.
Después de casi treinta horas sin dormir, estaba exhausto y solo la cafeína podía mantenerlo despierto.
María lo vio entrar y le hizo señas con la mano.
-¿Hugo? Cuánto tiempo sin verte, has madurado mucho, casi no te reconocía.
La última vez que se vieron fue hace más de una década.
Hugo era el más joven de su generación, y María, que le llevaba siete u ocho años, siempre lo había cuidado desde pequeño, y mantenían una buena relación.
Sin embargo, después de tanto tiempo y tantos acontecimientos, ambos se mostraban algo reservados.
Tras un breve saludo, Hugo tomó la iniciativa.
–Disculpe que la moleste a estas horas, pero es por Rosa. Como sabe, he estado a cargo de ella estos años, y ahora que de repente quiere irse al extranjero, me preocupa como a un mayor. Por eso he venido a ver cómo está.
María, que también es madre, comprendió perfectamente a Hugo y asintió repetidamente.
—Sí, y además quiero agradecerle. Si no hubiera sido por usted, que acogió y crió a Rosa, nuestra familia Díaz difícilmente habría superado aquellos momentos difíciles. Le estoy muy agradecida. Rosa ya ha crecido, y aunque fue criada en la familla Torres, nunca se formalizó legalmente su adopción, por lo que sigue siendo una extraña. Usted tampoco es joven, y pronto se casará. Si ella sigue con usted, seguramente afectará su vida. Usted ya ha trabajado duro por ella durante más de una década, no quiero molestarlo más, por eso pensé en llevarla conmigo.
Las palabras de María eran sinceras, pero Hugo no se sentía feliz al escucharlas.
Había oído palabras similares innumerables veces de otras personas.
Durante más de una década, ya sea familia, amigos o colegas, todos le aconsejaban enviar a Rosa a Nueva Zelanda, pensar más en sí mismo, y no llevar una carga que provocaría chismes.
Pero nunca había pensado en abandonar a Rosa.
Ya fuera en el pasado, el presente o el futuro, siempre quiso tenerla a su lado.
Y su mayor arrepentimiento en la vida era haber nacido diez años antes.
Si no fuera mayor que ella, si no hubiera sentido tan pronto la dureza del mundo, si no estuviera atado por las normas morales…
Entonces, cuando Rosa lo besó a los 17 años, su respuesta no habría sido rechazarla, sino abrazarla.
Cada “to” que ella pronunciaba, para él era tanto un deber como una restricción, tanto una bendición como un tormento.
No tenía elección.